Nápoles 2008

03.12.2008

Entre los días 4 y 14 de julio la delegación de Madrid de la SEEC realizó su ya tradicional viaje de verano en busca de tesoros de la Antigüedad Clásica. Esta edición nos llevó al Golfo de Nápoles: Pompeya, Herculano, los Campos Flegreos y otras maravillas. A cargo de este periplo, el magisterio y buen hacer de Jesús de la Villa, Araceli Striano y Berta Hernández.

Desde Madrid viajamos a Nápoles y después de almorzar en un acogedor ristorante en el paseo marítimo con preciosas vistas al mar y al Castel dell’Ovo nos dirigimos al museo di Capodimonte construido por el rey Borbón Carlos III como palacio real y también para acoger la extensa colección de pintura y obras de arte heredadas de su madre, Isabel de Farnesio. Allí y gracias a las exhaustivas, que no someras, explicaciones de Jesús pudimos admirar y comprender obras imprescindibles de los siglos XIV al XIX como la Crucifixión de Masaccio, la Transfiguración de Cristo de Bellini, varias de José de Ribera como el San Sebastián o el Sileno Borracho y también algunos Tizianos, el Greco , Caravaggio ,. . . Al atardecer, llegamos al hotel de Sorrento y al ver la espectacularidad de sus salones y terrazas yo al menos, me sentí viajera del Grand Tour del XIX.

Al día siguiente nos dirigimos a Paestum, y allí encontramos majestuosos templos griegos de los siglos VI y V a.C.: el templo de Atenea (también llamado de Ceres), el de Zeus y el templo de Hera (el más antiguo). Paseamos por todo el yacimiento arqueológico pasando del ágora griega al foro romano con su macellum, comitium y pequeño anfiteatro. A continuación, pasamos al museo con destacables metopas y ánforas griegas, pero la estrella del museo es, sin duda, la tumba del nadador. Por la tarde llegamos a Velia, la antigua Elea, sede de la escuela filosófica eléata, cuna de Parménides y Zenón y también hogar de Jenófanes que allí vivió y enseñó, según nos explicaron algunos de los compañeros de viaje, filósofos entusiastas del mundo griego. Subiendo por una calzada romana llegamos a la Porta Rossa (por el color que adquiere cuando el sol se refleja en ella) y a continuación pasamos a la acrópolis con restos de un teatro, un templo y un faro. A la vuelta pudimos comprobar que la fama de caótico que tiene el tráfico en Nápoles no es un mito sino pura … y dura realidad, unas tres horas de atasco que nuestro chófer Angelo supo sortear con maestría.

El siguiente destino era el parque del Vesubio, gran protagonista del paisaje de Campania y de este viaje. Bajo un sol de justicia emprendimos la subida, bastante empinada y agravada por un suelo resbaladizo de guijarros y chinos pero, a pesar de la dificultad, en verdad mereció la pena: abajo un valle de mimosas que parecía un mar de oro y al otro lado la bahía de Nápoles al completo. Los más avezados del grupo se arriesgaron a bajar dentro del cráter con piedras a 70º C y el increíble espectáculo de las fumarolas. Por la tarde nos acercamos a Herculano, paseamos por sus calles (cardo y decumano) que estaban sorprendentemente tranquilas a pesar de la temporada turística y visitamos las termas, las tabernas (termopolium), un pequeño templo (Sacellum Augusti), la Casa de los Ciervos y la Casa del Atrio con el mosaico de Neptuno y Anfitrite. Herculano fue la gran antesala de nuestra siguiente visita y estrella principal de este viaje: Pompeya.

Como es sabido por todos los amantes del mundo clásico, un aciago día de agosto del año 79 de nuestra era el monte Vesubio despertó apagando las vidas y las luces de una ciudad vital y cosmopolita a juzgar por las numerosas tiendas, comercios y tabernas de la Vía de la Abundancia, una ciudad alegre y divertida como lo demuestran algunos escritos en las paredes (a modo de nuestros actuales graffitis), una ciudad culta y refinada cuyos habitantes gustaban rodearse de bellas esculturas, frescos y mosaicos como pudimos admirar en las numerosas casas y villas que visitamos: Casa del Fauno con el famoso mosaico de Alejandro Magno, Casa de la Caza Antigua, Casa de la Venus de la Concha, Casa de los Amorcillos Dorados, la Villa de los Misterios cuyas pinturas mostrando el rito de iniciación de una joven al culto mistérico de Dioniso, se reveló como uno de los momentos mágicos del día, a juzgar por el embelesamiento de la concurrencia. El día dio mucho de sí y se necesitaría mucho más de unas líneas para describir la emoción que nos produjo llegar al foro, visitar las termas , pasear por la Via de los Sepulcros, entrar en el Odeón y luego en el anfiteatro, admirar el templo de Isis, echar un vistacillo al lupanar…

Al día siguiente completamos nuestra inmersión en todos los hallazgos de Pompeya con la visita al Museo Arqueológico de Nápoles pero antes de dirigirnos allí, y con una agradable brisa matutina, visitamos la Villa de Popea, segunda esposa de Nerón, en Oplontis. A estas alturas del viaje nuestros conocimientos de los cuatro estilos de la pintura pompeyana resultaron, gracias a la tenacidad y paciencia de Jesús, suficientes para disfrutar de los frescos y pinturas que adornaban prácticamente todas las paredes de esta villa (incluido pasillos y dependencias menores). Ya en el museo el disfrute no pudo ser mayor. Allí estaban las pinturas de La escribiente, también llamada Safo, el Retrato de Paquio Próculo, Las Tres Gracias, El Sacrificio de Ifigenia, el mosaico de Alejandro y Darío en la batalla de Issos (el original), los bronces de la Villa de los Papiros, el famoso Vaso Azul encontrado intacto en una tumba pompeyana, el busto de Séneca. . . y así llegamos al Gabinete Secreto, un conjunto de obras de arte eróticas que la moralidad de los Borbones juzgó necesario guardar bajo llave. Finalizamos la visita con la colección Farnesio, un conjunto principalmente escultórico de obras de gran tamaño, entre las que destaca el Hércules Farnesio y el superconocido Toro Farnesio, que despertó opiniones encontradas, aunque siempre interesantes, entre la audiencia. Después de comer nos dejamos llevar por Giuseppe, nuestro guía, hacía el casco antiguo, un auténtico entramado de calles estrechas y oscuras con multitud de tiendecillas abarrotadas de productos típicos: pasta, belenes, cornetti de la suerte… que también acoge una gran cantidad de iglesias y conventos. A destacar la iglesia de Santa Chiara con su claustro azulejado y la iglesia de Gesú Nuovo con su fachada almohadillada.

Estamos a 10 de julio y ya pasado el ecuador del viaje nos dirigimos al Palacio Real de Caserta. Fue construido por Carlos III (que fue rey de Nápoles antes de serlo de España) imitando las grandes palacios de la época: el Buen Retiro y el de Versalles, en su intento de hacer de Nápoles una de las grandes capitales de Europa. Tras subir la Gran Escalinata nos adentramos en el Salón del Trono, la Biblioteca y los Aposentos Reales, todo con gran profusión de ornamentos, propio del siglo XVIII. El resto de la mañana la pasamos en Capua visitando el anfiteatro que conserva un magnífico criptopórtico subterráneo con todos sus pasadizos y carceres, y un mitreo con pinturas del s. II y que aún conserva la bóveda y los huecos para abluciones. Por la tarde nos dirigimos a Pozzuoli. Allí se encuentra La Solfatara que es el cráter de un volcán inactivo, aunque por el calor espantoso y el olor nauseabundo del azufre nadie lo diría. También en Pozzuoli vimos un macellum (mercado), llamado equivocadamente Templo de Serapis, por una estatua de este dios allí encontrada.

Con gran expectación empezamos el siguiente día de nuestro viaje dedicado al lago Averno, lugar de entrada a los infiernos según Ovidio, y a los Campos Flegreos en Cumas. Allí primero entramos en el Antro de la Sibila, pasadizo de forma trapezoidal excavado en la roca que acaba en una cámara abovedada donde según la leyenda, Eneas consultó el oráculo de Apolo. Esta visita culminó, como no podía ser de otro modo, con la lectura apasionada de Araceli de un extracto de la Metamorfosis de Ovidio. Después fuimos al Parque Arqueológico de la antigua Cumas donde vimos el templo de Júpiter y el de Apolo transformado posteriormente en basílica paleocristiana, todo esto dando un paseo entre frondosos árboles cuya sombra agradecíamos y alguna subida a miradores que ofrecían espectaculares vistas de las islas Ischia y Procida. También vimos unas termas en plena fase de restauración (con las teselas desperdigadas y al alcance de cualquier desalmado). Después visitamos el museo de Cumas situado en el Castelo Aragonese que nos sorprendió gratamente con la reconstrucción primero de un templo con estatuas de Tito y Vespasiano y después, con la reconstrucción de un ninfeo encontrado bajo las aguas del Cabo Miseno y que pertenecía a la villa de recreo del emperador Claudio. Por la tarde volvimos a Pozzuoli para ver el anfiteatro que conserva las gradas y los vomitoria y bajando a los criptopórticos, las carceres estupendamente conservadas y gran cantidad de columnas y capitales de gran tamaño.

Llegando a la recta final de nuestro viaje nos acercamos a la Costa Amalfitana llena de grutas, calas y acantilados suspendidos sobre el mar. Por una carretera estrecha y empinada llegamos a Positano, precioso pueblo escalonado sobre una colina, con casas pintadas en vistosos colores: rojos, rosas, amarillos… y cuya calle principal baja hasta el mar, oportunidad que algunos viajeros aprovecharon para darse un chapuzón. Continuamos hasta Amalfi, la estrella del día. Su catedral, el Duomo di Sant’Andrea, muestra una curiosa mezcla de estilos árabe, normando y bizantino. Subiendo por una vistosa escalinata llegamos al atrio con el campanario de cúpula azulejada a la izquierda. Ya dentro visitamos el Claustro del Paraíso, la Cripta de San Andrés y la Basílica del Crucifijo que guarda el Tesoro de la catedral. El día acabó con la visita a otro pueblo encantador, Ravello. Gracias a su festival de música las calles y piazzas mostraban gran animación. Allí visitamos el Duomo di San Pantaleone donde destaca un soberbio púlpito de columnas salomónicas, y la Villa Rufolo, que acogió en el siglo XIX a viajeros ilustres como Wagner, que escribió allí parte de su Parsifal.

En nuestro último día tomamos el ferri hacia la isla de Capri. Antes de que llegaran artistas y famosos, esta isla acogió a otro visitante ilustre: el emperador Tiberio que durante los últimos años de su vida dirigió el destino de Roma desde su lujosa villa, la Villa Iovis. Tras una subida de 2 km. llegamos a las excavaciones y Berta, con sus explicaciones y posterior lecturas de Tácito y Suetonio, nos puso en antecedentes de lo que íbamos a encontrar: baños, aposentos y el Salto de Tiberio desde donde este emperador perturbado solía arrojar a sus víctimas. Desde allí nos dirigimos a Anacapri, segunda localidad de la isla, donde se encuentra la Villa de San Michele, restaurada por el médico sueco Axel Münthe que a finales del siglo XIX recaló en Italia encontrando esta villa y la capilla anexa en un deplorable estado pero con gran cantidad de objetos romanos abandonados: monedas, capiteles, columnas, estelas … que se dedicó a recopilar y que viajeros como nosotros, interesados en esas “antigüallas”, le agradecemos mucho.

Todo esto dio de sí nuestro viaje, que no sólo fueron monumentos, museos y yacimientos… también recordaremos los baños en la piscina, los atardeceres en la terraza del hotel con una birra, la fiestecilla y el brindis con limoncello del último día y sobre todo, el buen rollito entre todos los participantes de esta experiencia. Espero que esta reseña sirva para agradecer a Berta, Araceli y Jesús todos sus esfuerzos en el presente viaje y les sirva de acicate para futuras ediciones.

Ana Pedro Mora, Septiembre 08

 
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